Juan José García Luján
Donde han gobernado partidos de derechas, de izquierda, nacionalistas de izquierda e insularistas, no han tenido tiempo para reconocerles su lucha, las mismas instituciones que año tras años encuentran a algún empresario o a algún compañero de partido al que darle un premio.
El dirigente del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba dijo que “en España se entierra muy bien”. En Canarias, al expresidente del Gobierno canario, Lorenzo Olarte, lo hemos enterrado muy bien. Cuando parecía que se habían gastado todos los adjetivos en la despedida de Jerónimo Saavedra, el expresidente del cabildo, expresidente del Gobierno, exvicepresidente, exfundador de Unión Canaria, exdirigente de UCD, exfundador del Centro Canario, exfundador de Coalición Canaria, etcétera y etcétera, se ganó grandes obituarios por su papel protagonista en la transición política, por ser un arquitecto de la autonomía canaria, por rebelarse ante el gobierno de Felipe González con la amenaza de contarle lo que valía un peine.
El profesor de historia de la Universidad de La Laguna, Domingo Garí, escribió que “La memoria de una generación, o de varias generaciones coincidentes en un mismo tiempo histórico, es normalmente usada con fines políticos, por lo general desde los aparatos del poder, ya que estos tratan de hacer política con el pasado reciente. A este respecto es obvio el uso que se hace interesadamente sobre el relato oficial acerca de la transición a la democracia”.
El relato oficial de la transición política española y de la Canaria es la historia de unos señores que desde sus despachos o desde los escaños de un Congreso de Diputados nombrado por la dictadura franquista nos trajeron las libertades. En Madrid los grandes protagonistas fueron el rey Juan Carlos de Borbón (que tras amar tanto a España, a la democracia y a Sofía ha terminado tan lejosde las tres en una masión en Abu Dhabi) y Adolfo Suárez. En Canarias los grandes nombres de la transición han sido Jerónimo Saavedra, Lorenzo Olarte, José Carlos Mauricio, Adán Martín, Bravo de Laguna y algunos más, todos hombres, por supuesto.
Pero además de los dirigentes de la UCD, AP , PSOE y PCE, además de los pactos de la Moncloa, del pacto de las Cañadas, de las reuniones de los padres de la Constitución (con los nacionalismos de derechas catalán y vasco cuando eran buenos), en las cárceles, en las calles, en los sindicatos, en las asociaciones de vecinos, en la universidad, en los institutos, en los centros de trabajo, en las parroquias… hubo gente que se jugó la libertad y la vida para defender la democracia, para liberar a los presos políticos, para lograr la libertad sindical y la libertad de expresión.
En los años de la Sagrada Transición la policía y los jueces seguían siendo franquistas. Y muchas manifestaciones acabaron con muertos por disparos de la policía o la guardia civil. En Tenerife desde el año de la muerte de Franco hasta la aprobación de la Constitución la guardia civil mató el 26 de octubre de 1975 al obrero Antonio Padilla Corona, le disparó a bocajarro cuando se dirigía a pescar porque lo vio tirar un paquete sospechoso. Tres días después murió el obrero militante del PCE Antonio González Ramos, víctima de las torturas que sufrió del comisario Matute en los sótanos de la actual subdelegación del gobierno en la capital tinerfeña. Un año después durante una movilización estudiantil en solidaridad con unos trabajadores la guardia civil mata al estudiante grancanario Javier Fernández Quesada en el mismo campus de la Universidad de La Laguna. El 22 de septiembre de 1976 la policía mata en La Laguna en su casa al estudiante Bartolomé García Lorenzo. Dijeron que creían que el Rubio estaba en su casa, cuando Bartolomé abrió la puerta y vio a unos señores armados que le apuntaban cerró la puerta y los policías dispararon causando la muerte de Bartolomé, 31 casquillos de bala fueron entregados al juez. Las historia a partir del sumario judicial la cuenta Domingo Garí en el libro “El caso Bartolomé García Lorenzo y otros estudios de la historia reciente”, donde también recoge su reflexión sobre la memoria y la historia reciente que apuntábamos al principio.
Han pasado 50 años de esas muertes. No es que no se haya castigado a los culpables, es que en algunos casos los policías que dispararon tuvieron años después ascenso profesional. Gracias al movimiento estudiantil y a la Universidad de La Laguna el estudiante Javier Fernández Quesada tiene una plaza que lo recuerda en la ciudad donde lo mataron. Pero en su ciudad solo hay una pequeña placa con su nombre en los jardines de una facultad universitaria, una placa que no explica lo que le ocurrió. En el gobierno canario, en los cabildos, en los ayuntamientos (donde han gobernado partidos de derechas, de izquierda, nacionalistas de izquierda e insularistas) no han tenido tiempo para reconocerles su lucha, las mismas instituciones que año tras años encuentran a algún empresario o a algún compañero de partido al que darle un premio. La historia oficial solo reconoce a los que llegaron antes a los despachos. Y luego se preguntan por qué se cuestiona la Sagrada Transición.
Juan G. Luján