Fernando Valladares
Es indudable que a muchas personas, demasiadas, la dana les ha cambiado la vida. Lo que muchos deseamos es que suponga un punto de inflexión para cambiarlo todo. Que se convierta en el desencadenante de un proceso que lleve a revisar leyes, economías, derechos humanos, infraestructuras y, sobre todo, prioridades. La riada ha afectado de manera catastrófica a la Comunidad Valenciana y también a varias zonas de Castilla-La Mancha y Andalucía, con un dramático coste de vidas humanas, incontables daños materiales y unas imágenes tan dolorosas como de absoluta ciencia ficción que hablan por sí mismas de la fuerza descomunal de un clima enloquecido.
No estamos preparados para el clima que ya está aquí. No lo estamos en lo científico, ni en lo humano, ni en lo logístico, ni en lo económico. No tenemos dinero para cubrir los daños que causa el cambio climático en todo el planeta y nadie, ni siquiera una empresa de seguros o un gran Gobierno, tiene un fondo de reservas adecuado para unas contingencias que escapan de escala. El mundo académico lleva más de medio siglo anticipando estos escenarios, analizando las causas y proponiendo formas de hacerlos menos severos o evitarlos. Pero ni él es capaz de encajar lo que ha ocurrido ni de explicarlo del todo, ni la sociedad parece dispuesta a dar un paso más allá de la necesaria, pero insuficiente, ayuda humanitaria. De levantarnos tras la tragedia. Ursula von der Leyen prometió ayuda a España. Gracias. Pero debemos recordarle que la mejor ayuda no son unos millones de euros para paliar ahora el desastre, sino apoyar con firmeza las políticas climáticas en una desunida Unión Europea en la que España es uno de los países más afectados por el cambio climático.
Los responsables políticos se muestran preocupados por el impacto de la dana, pero no tuvieron la valentía de afrontar las duras decisiones que traía consigo la declaración por la Aemet de la alerta roja a las 7.31 horas del martes en la región valenciana. El sector privado continuó con las actividades económicas hasta bien entrada la tarde, exponiendo de forma negligente a miles de trabajadores como si su producción fuera imprescindible y estuvieran por encima de todo. Hemos sabido que numerosos cauces y riberas de muchos ríos y arroyos de la zona afectada no cumplían con la normativa ambiental. Que había construcciones ilegales en zonas inundables. Que la unidad valenciana de emergencias había sido desarticulada por el nuevo Gobierno autonómico. Que varios proyectos de protección de inundaciones se quedaron sin ejecutar tras repetidas propuestas. Todos y todas, valencianos o no, hemos sacralizado la economía por encima del bienestar, la salud y la seguridad de las personas. Y hemos recibido un duro mensaje sobre las consecuencias de anteponer el PIB a los derechos humanos. Algo especialmente peligroso en el nuevo clima en el que vivimos. Un clima que hemos contribuido a generar entre todos y que no acabamos de creérnoslo.
La virulencia y la complejidad de la dana ha mostrado que los modelos numéricos del clima, las tecnologías y las narrativas científicas y técnicas han sido insuficientes. ¿Qué ha pasado? La dana es el resultado de una combinación compleja de circunstancias: las tormentas conocidas como 'gotas frías' de finales del verano, con varios procesos meteorológicos alterados por el cambio climático. Una combinación que ha dado lugar a un evento extremo con consecuencias especialmente dramáticas por haber incidido en una zona densamente poblada. El cambio climático lleva tiempo produciendo una temperatura superficial del mar Mediterráneo por encima de 30ºC durante varias semanas al año, absolutamente inusual y propia de mares tropicales. Una temperatura que aporta la energía y la humedad necesarias para magnificar cualquier 'gota fría', y que no puede explicarse si no es por la quema sostenida de combustibles fósiles y la consiguiente liberación de gases de efecto invernadero. Algo que hace décadas sabíamos que debíamos reducir y que, por ejemplo, en 2015, en el Acuerdo de París, nos propusimos reducir. Sin éxito.
El cambio climático lleva años debilitando la corriente en chorro, esa corriente longitudinal de vientos en altura que separa las zonas frías del norte y las templadas más al sur. Una corriente en chorro más débil se ondula, genera vaguadas y meandros, y permite que grandes bolsas de aire frío en altura se desplacen muy al sur. Cuando contactan con el aire cálido y húmedo que se genera en un Mediterráneo recalentado se dispara una tormenta descomunal. Lo hemos ido comprobando temporada tras temporada. La Aemet lo predijo días antes del 29 de octubre. No nos lo pudimos creer. Las consecuencias saltan a la vista.
Una vez cortada la principal hemorragia humana, social y económica generada por la peor dana del siglo, llegará el momento de cambiarlo todo. Todo un modelo de civilización que acorrala no ya nuestro bienestar, sino nuestra subsistencia. Sabemos qué hay que hacer y cómo. ¿Querremos hacerlo?
Fernando Valladares, científico del CSIC y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos.