Paco Déniz
De forma silente sopesa la gente si tanto turismo es razonable. De forma silente se queja de la masificación y de la reconversión de muchos lugares isleños desvirtuados y apropiados para el negocio. Y no gusta lo que se ve y se huele. Cada vez son más quienes concluyen que el tiempo actual demanda una reflexión seria y consecuente (con consecuencias) sobre el modelo económico que necesitamos para no ser tan vulnerables, porque lo evidente es que el modelo de turismo masivo no solo no ha solucionado los problemas estructurales de las islas, sino que los agrava. Aceptemos pues la invitación del momento a reflexionar sobre la prosperidad colectiva. Es hora de poner sobre la mesa que sobrepasar el número de turistas conlleva un impacto ambiental y social a las poblaciones locales. Pongamos en el debate, no solo los efectos positivos sino, también, los negativos.
Llevamos tiempo padeciendo lo que se ha llamado sobreturismo, saturación turística, overtourism, o turistificación: “Concentración masiva, permanente o esporádica, de visitantes, que ocupan áreas o espacios determinados, medios rurales o lugares populares de atracción turística, y que producen congestión, desequilibrios o deterioros en las capacidades de los servicios o infraestructuras sociales y ambientales de dicho lugar y modifica negativamente la convivencia, las condiciones de vida de los ciudadanos o la propia experiencia turística de los visitantes”. Y no solo no nos ha sacado nunca de las abultadas cifras de paro, no solo ha encarecido y dificultado el acceso a la vivienda y los alquileres, sino que, además, de forma casi imperceptible desplaza a los grupos sociales humildes de su entorno, convirtiendo el mismo en escenario privilegiado del gran capital y sus operaciones inmobiliarias y negocios. Solo basta echar una mirada retrospectiva a lo que, hasta no hace mucho, fueron núcleos poblacionales tradicionales con una actividad y una población determinada para observar cómo se han sustituido por grupos sociales de mayor poder adquisitivo. Gentrificación le llaman, entendiendo por tal un proceso mediante el cual un núcleo se revaloriza, se reconstruye y rehabilita aumentando el coste de la vida y de la vivienda, de los alquileres, lo que provoca que los residentes habituales abandonen su lugar y se afinquen en las periferias, y que esos lugares sean ocupados por clases sociales más pudientes. ¿Que son procesos lógicos? Vale, también sería lógico que sean sus residentes quienes más se beneficien de los cambios. Y no es así.
A ese nuevo escenario rehabilitado urbanística y socialmente, acuden negocios inmobiliarios de todo tipo, grandes centros comerciales, franquicias, y eliminan los negocios tradicionales, imponen nuevos y diferentes ritmos de vida con los nuevos usos en cuestión, y destruye el estilo del lugar. Ese que paradójicamente sirve de reclamo a visitantes. La colonización turística homogeniza el entorno, volviéndolo plano, monotemático, repetido. Pero lo relevante es que esa nueva ordenación espacial y de usos cotidianos no lo deciden sus pobladores, la decide el capital flotante que merodea negocio apoyado por instituciones sin importarle el interés de los que allí habitan. En la revalorización de algunas zonas el precio siempre es un factor de rechazo para las clases menos pudientes. Es excluyente. Recientemente hemos sabido del aumento del 50% de los alquileres en el Archipiélago y cómo ha percutido en el éxodo por imposibilidad para muchas familias y jóvenes de hacer frente a una mensualidad.
En nuestras Islas, la gentrificación tiene mucho que ver con el masivo turismo y con una política económica errática consistente en contarlos: cuantos más mejor. Resulta caduco y cutre. Y no estoy hablando del tan manido turismo de calidad, no. Estoy hablando de la necesidad de que desde las instituciones responsables no se siga insistiendo en ese modelo que se ha demostrado que nos hace muy vulnerables y dependientes. Las instituciones deberían tener claro y ponerlas encima de la mesa, no sólo las afecciones positivas, sino también, las negativas. Por ejemplo la congestión y gestión de los espacios naturales. El problema de tanto residuo, también es consecuencia del colmatado turístico. No se puede digerir tanta basura. El deseo de algunos depredadores del territorio de destrozar Fonsalía no es sino un síntoma de esa política de meter más y más turismo sin pensar en todas las consecuencias. Esa política insostenible e insufrible. Recuerdo que en junio de este año, el PP presentó una iniciativa para agilizar la construcción del dichoso macromuelle y fue apoyada por todos los grupos de la cámara excepto por Sí podemos Canarias. Ahora, casi todos se arrepienten de aquel voto y se suman a la ciudadanía que atisba otras soluciones al colapso de Los Cristianos. Estupendo, pero también soluciones al colapso de Canarias entera.
La consecuencia de que la solución que la dirigencia central del capital dio a la crisis de 2009 fuera la acumulación turística a nivel mundial, provocó un boom turístico acompañado exponencialmente del aumento de la construcción de alojamientos turísticos, modificación de leyes de arrendamiento, atrayendo a mucha gente a residir en las islas, y batiendo el maldito récord de 16 millones de turistas en 2018. Ya estábamos colmatados antes de la pandemia y ni el paro ni los alquileres bajaron. Tampoco la precariedad laboral.
La turistificación afecta de muchas formas a la vida de los residentes locales, su cotidianeidad, su salario, su alquiler, el valor de la vivienda, sus lugares de ocio, el desplazamiento de los sectores populares hacia otras periferias, y no solo a la sustitución de las edificaciones o de la actividad económica. El caso es que solo unos pocos se han beneficiado de la gentrificación y revalorización turística de algunas zonas. Y donde antes habitaban sectores populares con unas dedicaciones concretas y con un estilo de vida, ahora esos sectores y sus descendientes van siendo desplazados hacia las periferias por no poder hacer frente a la carestía de la vida que los nuevos usos, ritmos y dedicaciones del capital impone en el lugar. Insisto, no es solo un asunto estético, es social. En las islas tenemos numerosos ejemplos de ello: Guanarteme, Corralejo, Lajares, Morro jable, Playa Blanca, Betancuria, Adeje, Teguise, etc. El Cotillo y La Graciosa van camino de lo mismo si no se remedia. El proceso de reapropiación de esos espacios hoy codiciados modifica la geografía social, ya muy desigual. El impacto es tal, que el propio turista llega a sentirse incómodo. Se falsea la realidad y la conciencia. Es el mercado, es el capitalismo, me dirán algunos. Correcto, por eso mismo.
Paco Déniz, diputado del Grupo Parlamentario Sí Podemos Canarias