Gerardo Rodríguez
Cambian los protagonistas pero no la acción ni el argumento, cada cuatro años los Juegos Olímpicos nos traen la noticia de deportistas de países musulmanes que se niegan a competir con israelíes, rechazando cualquier tipo de normalización o reconocimiento de relaciones con ese Estado, como en el caso del yudoca argelino Fethi Nourine, que abandona los juegos para no enfrentarse a su adversario israelí porque, según ha manifestado, “la causa palestina es más grande”.
Sin embargo, a pesar del rechazo evidente de los pueblos, muchos gobiernos han estrechado vínculos con Israel en el último año como son los casos de Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán, que se unen a Egipto y Jordania, que ya mantenían relaciones formales y a otros como Arabia Saudí, con quien las mantiene de facto, sobre todo en el campo de la seguridad, con todo lo que ello significa. Los gobiernos en los países árabes no son depositarios de los deseos de sus pueblos por lo visto, salvo algunas excepciones.
Durante el último bombardeo israelí sobre Gaza, hace apenas unos meses, al que los medios de comunicación denominaron ”guerra” de manera incomprensible porque no hay dos ejércitos regulares que se enfrentan y la asimetría de fuerzas es patente, recordé “El libro de Saladino” de Tarik Ali, que recrea la figura del legendario caudillo árabe que reconquistó para el Islam Palestina y, con ella, Jerusalén, a los cruzados cristianos en el S.Xll.
Se dotó el escritor de una técnica ya conocida para abordar esta figura histórica, la del escriba que recoge las memorias del personaje central para trasladarla a los lectores con la perspectiva de que el retrato perdure en el tiempo y en la memoria humana, como la gloria eterna que Aquiles deseaba. Así lo hizo en la realidad Rustichello de Pisa, cuando conoció al viajero, comerciante y soldado veneciano Marco Polo en una cárcel genovesa. Rustichello convenció a Marco para que le recordara su vida, marcada por las caravanas que realizaban el ignoto viaje de la ruta de la seda,y Marco Polo recreaba la base empírica, los hechos desnudos, de su colosal viaje al país del Gran Kan mientras el escribidor dejaba volar la imaginación multiplicando las peripecias y generando seres fabulosos y animales mitológicos que vertía en el relato hasta completar un gran fresco, de un realismo mágico de primor digno sucesor de la “Odisea”, que navega entre lo real y lo sublime y que se conoce como el “Libro sobre las maravillas del mundo”.
Existen algunas diferencias entre los dos libros, la primera es que en el libro de Marco Polo el biógrafo o escriba es un personaje histórico, Rusticcello de Pisa existió realmente y sin su dinamismo y aportaciones no hubiéramos conocido las aventuras de Marco Polo; en cambio el biógrafo de Saladino no existió aunque muy buen pudiera haber existido, en la ficción se llama Isaak Ben Yakub y es judío, imaginario amigo de otro personaje histórico, el médico y filósofo Maimónides, también judío, conciudadano y contemporáneo de Saladino. Llama la atención que el autor pakistaní Tarik Ali escoja a un judío para desarrollar no ya la figura de un personaje histórico árabe, hoy enterrado en las Gran Mezquita de los Omeyas de Damasco, sino para hacernos un gran retrato de aquella época.
Es así porque las comunidades judías convivieron con la población árabe sin la virulencia que sí tuvieron en Europa. En un momento determinado, Saladino le comenta a Ben Yakub, refiriéndose a los cruzados cristianos que poseían Jerusalén: “A los de tu pueblo, como estoy seguro que sabrás mejor que yo mismo, los reunieron en el templo de Salomón. Cerraron la puerta y prendieron fuego al santuario. Deseaban borrar completamente el pasado y reescribir el futuro de Jerusalén, que en otros tiempos perteneció a todos nosotros, los pueblos del Libro”. Así fue como los judíos y los musulmanes supieron convivir, salvo en algunas épocas y lugares concretos, con un respeto antiguo a sus culturas ancestrales durante siglos. Lo acredita espléndidamente la antropóloga María Rosa Menocal en “La joya del mundo" (2002) en el que relata los siglos de esplendor de Al-Ándalus bajo el califato omeya, donde no faltaban altos cargos judíos en la administraciones, visires incluidos, y donde confraternizaban árabes, judíos y cristianos en un mundo refinado y tolerante.
Con estos precedentes, una serie de preguntas se pueden considerar pertinentes. ¿Por qué el Estado de Israel, creado en 1948, se convirtió en perseguidor de los árabes desde su inicio? ¿Por qué practica técnicas que generan terror en los territorios árabes? ¿Por qué la mal llamada Comunidad Internacional, que solo representa a una serie de países poderosos, permite una situación de escalofriante inequidad sobre Palestina por parte de un Estado autodenominado judío, con la credencial antidemocrática que conlleva unir un Estado a una religión determinada y la marginación de un 20% de la población que es musulmana?
La ocupación de territorios al margen de la legalidad internacional, los bombardeos con armas prohibidas sobre la población civil indefensa, la partición de facto de Cisjordania a través de grandes infraestructuras que aíslan sus ciudades y las convierten en bantustanes, el bloqueo a Gaza hasta convertirla en una cárcel, los asesinatos selectivos, el mantenimiento en la pobreza de todo un pueblo con sus comercios vacíos y sus ciudades tristes como constaté en Cisjordania, sin expectativas, sin esperanza en los ojos de sus habitantes; las provocaciones en la explanada de las mezquitas buscando una respuesta que les permita seguir con la escalada bélica para ganar elecciones o sabotear un nuevo proceso de paz; deberían ser motivos más que suficientes para forzar al Estado de Israel a cumplir las más elementales normas de convivencia internacional y de respeto al derecho entre naciones pero no es así, y mientras tanto la injusticia se consuma ante el silencio de Europa y la ayuda de Estados Unidos, que parece una extensión de Israel al otro lado del Atlántico.
Pero no será así porque los judíos no fueron perseguidos en los países musulmanes históricamente con la saña que en el occidente cristiano, donde el antisemitismo fue una veta imbricada en el tejido social hasta constituir al judío en uno de los chivos expiatorios de toda suerte de crisis.
Así se sucedieron expulsiones, persecuciones, razias y abusos de todo tipo. Algunos de estos episodios constituyeron un hito, como la expulsión de judíos y árabes de sus casas y tierras en España, durante el reinado de los Reyes Católicos, o como el affaire Dreyfus, un militar francés acusado de alta traición siendo inocente y donde su origen judío jugó un papel crucial para su condena, lo que llevó a Emile Zola a escribir su famoso “Yo acuso” y a un periodista llamado Theodor Herzl, que cubría el juicio, a elaborar una teoría nacionalista judía que se conocería como sionismo y que tendría posteriormente consecuencias devastadoras para los árabes que en ese momento convivían puerta con puerta con la minúscula comunidad judía de Palestina, sin culpa alguna.
El siguiente episodio de persecución sobre los judíos en suelo europeo supuso la definitiva cristalización de esa veta antisemita en una ideología del odio y en una máquina de exterminio, el movimiento nazi y los campos de concentración, con la industrialización de la muerte en las cámaras de gas y la aparición de la figura del burócrata que hace su oficio de mandar al matadero a millones de personas como si de otro acto administrativo más se tratara, como nos presenta Hannah Arendt a Adolf Eichmann o la banalidad del mal en “Eichmann en Jerusalén” (1963). Las leyes raciales y el exterminio nazi significó algo sin precedentes en la escala del horror.
El posterior conocimiento de la enormidad del crimen cometido, la mala conciencia histórica y los intereses geoestratégicos impulsaron la creación del Estado de Israel donde la Herzl había señalado, en Palestina pero sin contar con la comunidad árabe que allí vivía desde tiempos inmemoriales, en lo que entonces era protectorado británico.
Se desecharon las otras opciones como crearlo en África Oriental, singularmente Kenia, o en Argentina o entre Brasil y Paraguay o incluso en Madagascar, se edificó en Palestina donde la población árabe era del 90%. Todos los lugares que se barajaron están bastante lejos de Europa porque Europa cometió el pecado, el delito, el crimen de lesa humanidad pero ningún país europeo fue amputado para crear el Estado judío, hasta ahí se podía llegar. En resumen, Europa creó el problema judío a través de su historia de intolerancia religiosa y de su indómita xenofobia pero supo “sembrar” el problema a los árabes, que nunca cometieron tales fechorías. Y desde 1948, fecha de la creación de Israel, el problema se ha denominado como conflicto árabe-israelí, con Europa muda y Estados Unidos como aliado incondicionales de Israel, cuando en realidad es un problema a cuatro bandas.
Era joven cuando leí la autobiografía de Golda Meir, de la que guardo un vago recuerdo. Los dirigentes de la primera generación como David Ben-Gurión o Golda Meir , procedían de países europeos y habían tenido la experiencia socializante de los kibutz pero eran sionistas también y empezaron a colonizar territorios que no eran suyos desde el momento fundacional del Estado, alentaron la dispersión, la persecución y el exilio de miles de personas que siempre habían vivido en esos lugares que tuvieron que exiliarse en Jordania o Líbano,
en campos de refugiados que, años más tarde, serían objeto de matanzas impunes como las ocurridas en Sabra y Chatila y que tuvieron como autor intelectual a un halcón altanero, que luego fue Primer Ministro, llamado Ariel Sharon.
La llegada a Israel de los miembros de las comunidades judías de los países árabes, ya desencadenadas las hostilidades y las sucesivas guerras árabes-israelíes, con la victoria de Israel auspiciada por la ayuda norteamericana y ayudada por pompa autosuficiente y la legendaria impericia de los países árabes aliados (¿alguien sabe para qué sirve la Liga Árabe?),
así como con la posterior llegada de casi dos millones de judíos procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas, ha hecho que la sociedad israelí se radicalizara ideológicamente, impidiendo cualquier tipo de acercamiento a la paz, salvo en los años de Issac Rabin como Primer Ministro, en los que se bosquejó una esperanza que un judío ultraortodoxo tronchó cuando lo asesinó.
En las últimas décadas, al margen de Rabín, todos los primeros ministros israelíes estuvieron sistemáticamente en contra de la paz, saboteando cualquier atisbo de acuerdo con los palestinos, la nómina es amplia: Menahem Beguin, Isaac Shamir, Ariel Sharon, Ehud Barak, Ehud Olmert, etc. hasta llegar a un personaje tan nefasto y peligroso como Benjamín Netanyahu, un sembrador de sufrimientos que controlaba todos los resortes del Estado para fagocitar cualquier atisbo de acuerdo que pudiera albergar dos Estados, tal y como indican las resoluciones de la ONU, el Derecho Internacional y el más elemental sentido de la justicia.
Tosco y ordinario, Netanyahu se amamantó del odio de Sharon hacia los palestinos y lo propagó y extendió durante su tiempo como protagonista del gobierno israelí, el más duradero Primer Ministro de la historia, llevando a cabo un apartheid dentro de la sociedad israelí. Nadie con un mínimo concepto de la justicia y la decencia lo echará de menos.
En “Operación Masacre" (1963), el libro que inaugura un género nuevo que suele denominarse novela de no ficción, o lo que es lo mismo, el nuevo periodismo que algunos años después reinventaron Truman Capote, Norman Mailer, Tom Wolfe o Gay Talese; Rodolfo Walsh reconstruye la matanza de un grupo de personas acusados de peronistas el año siguiente al derrocamiento de Perón en 1955.
A esas ejecuciones las ampara la ley marcial, aunque el periodista descubre que fueron asesinados antes que dicha ley entrara en vigor, lo que era más grabe si cabe, pero aun suponiendo que la ley marcial estuviera en vigor en el momento del arresto y posterior fusilamiento de este grupo de inocentes, Walsh se pregunta lo siguiente:” ¿Qué diferencia hay entre esta concepción de la justicia y la que produjo los cámaras de gas del nazismo?”. Hasta ahora, que yo sepa, nadie ha respondido a la pregunta. El derecho positivo israelí es arbitrario, amoral, perpetrador de arrestos injustificados, confiscador de haciendas y bienes sobre los que no debería tener atribuciones y sostén de la impunidad ante crímenes comprobados. La pregunta de Walsh sigue siendo pertinente con el Estado de Israel en este caso.
A la acción de determinados deportistas de los países árabes o musulmanes, ahora se le suman opiniones como las de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez que hacen pensar en un cambio internacional con respecto a un conflicto enquistado. Para la periodista Alison Weir, una de las escasas reporteras estadounidenses objetivas y neutrales, hay un aumento propalestino en las bases del Partido
Demócrata, no en la cúpula con el Presidente y la Vicepresidenta a la cabeza del apoyo sin fisuras de Estados Unidos a Israel. Empresas como la heladería Ben & Jerrys, que se ha negado a seguir ofreciendo sus productos a los colonos israelís en tierra palestina, asentamientos que ha impulsado abusivamente el Estado judío con la aquiescencia de Occidente, que calla y otorga pensando que, en última instancia, podría dar su consentimiento a una Palestina jibarizada y casi inviable como Estado al lado de un Israel poderoso, generador de alta tecnología de control social y con armas de destrucción masiva, esta vez de verdad.
Gerardo Rodríguez.
docente y miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC
27 de Julio de 2021